LA VARILLA



Fernando Gutiérrez R.

El mercado “Francisco I. Madero”: Sometido al “triste” papel

No es de hoy cuando los hombres del dinero se han empecinado en subyugar leyes, preceptos de la moral pública y acometen muchos y muy variados atentados contra la voluntad popular. Ejemplos hay a bastedad.

De refilón, me  remitiría a lo que sucede al interior del mercado de abastos “Francisco I. Madero” de la capital sonorense, a saber, el más grande proveedor de frutas, hortalizas, legumbres y abarrote generalizado que día a día demanda el consumidor de  Hermosillo y sus alrededores.

Sabido es, que esta sociedad mercantil aglutina a más de 120 socios en calidad de locatarios, dígase socios o condóminios,  y que por desgracia hoy  enfrenta una de las peores crisis de su historia.

Tan así, que lamentablemente mantiene dividida a la organización abastecedora,  grado tal, que ha estancado su crecimiento y modernización.

Las consecuencias que se visualizan no son nada halagüeñas, pues los diferendos entre los socios, pinta para convertir a este establecimiento abastecedor por naturaleza, en un elefante blanco y desdeñado por el publico intermediario y el consumidor final. Si no es que sucumbe al intento del Gobierno de reubicar sus instalaciones.

Recordemos, que ya, en 1997, bajo el gobierno de Manlio Fabio Beltrones, se pretendió trasladar el Mercado de Abastos por rumbos del parque industrial. La medida no prospero porque los locatarios se organizaron. Ahora se están desorganizando y el proyecto de sacarlos del casco urbano recobra vigencia.

Es cierto, la confrontación de sus socios ha demostrado una deficiencia tácita en el servicio de abasto, tanto a minoristas, detallistas y pequeño comercio que ejerce la función de intermediar ante el consumidor final.

Los grupos en pugna están haciendo hasta lo imposible por  desintegrar una parte importante del mercado de víveres de la capital. Lo hacen porque no les interesa la función de almacenar alimentos para la ciudadanía.

Antes,  no pocos de esos personeros de la ambición, velan por sus propios intereses y demuestran una mezquindad tan ruin, que los dibuja de cuerpo entero como lo que son: Rémoras sociales, que antes de un servicio, van por el carro último modelo, el dispendio, la fanfarronería y la francachela como estatus social.

Por estos días que corren, los grupos en conflicto están empecinados en oponerse, unos, a la instalación de plumas en los accesos y salidas con el respectivo cobro a los vehículos que ingresas, otros, a mantener este sistema, bajo el argumento de ofrecer un mejor control vehicular y que la administración se allegue de recursos para la manutención.

Los que se oponen al cobro de acceso argumentan, quizá con razón, que con ello el mercado pierde el concepto popular y de beneficio social, y agregan, que también  tiende a convertir  a la Central de Abastos en un establecimiento eminentemente de lucro y al margen del concepto para el fue creado: Fomentar la economía familiar.

Algunos, no todos, se aclara, pero que en suma conforman el conglomerado de socios, han gozado desde tiempo atrás de una impunidad fáctica, donde el desprecio por el pago de impuestos, la desorganización gremial y el despilfarro económico, los ha convertido en amos y señores de la mediocridad comercial.

Ganan porque existe frente a ellos un público consumidor cautivo, porque el intermediarismo y el coyotaje han formado parte de su vida como comerciantes. Se lee feo, pero es la triste realidad.

Comprobable, hay buenos abastecedores, excelentes  locatarios, solventes comerciante que por linaje familiar han abrevado la vida del mercado de abasto y enaltecen su quehacer.

También, por desgracia, en ese esquema comercial, hay barones del comercio gandalla, esos de altos niveles económicos a quien la pleitesía de quienes ven para abajo les sobra.

Son esos personajes que, enarbolando la figura de “socios”, representan y ejercen el poderío al interior de la Central de Abastos; así lo hacen saber y no tienen empacho en someter a pequeños y medianos comerciantes que, pudiendo estar en desacuerdo con ellos, se someten al su arbitrio, más nunca lealtad.

Caso, por ejemplo, de un personaje conocido con el remoquete de “El Triste” y Maldonado -creo- su apellido.

A este cuate no pocos socios de la Central de Abastos le adjudican el poder tras el trono sobre el Consejo de Administración del “Francisco I. Madero”, otros aseguran que ha sometido a su capricho y voluntad las decisiones de la sociedad mercantil.

Muchos lo dicen a baja voz, otros temen expresar su sentir, los más se ven una especie de cooptación económica casi ligada a infundir un terrorismo comercial entre los que osaren oponerse a sus intereses. Se ventila de su parte, que ese poder tiene que ver con las relaciones con el poder público que su emporio le ofrece.

Más bien, del consorcio del que forma parte, cuya razón social se conoce como “Comestibles Maldonado”, hoy por hoy, una firma comercial con extensas ramificaciones en el abasto.

No tendría nada de malo, queda claro, que cierta firma o representante de esta, ejerza un “liderazgo” sobre los intereses de socios y condóminios del “Francisco I. Madero”.

Lo malo, en serio, es cuando ese dominio se ejerce por encima de las autoridades que deben valer y hacer cumplir las leyes como el Secretario del Ayuntamiento, Gildardo Real Ramírez, sobre quien el mencionado Triste Maldonado, presume tener agarrado de los “destos”.

Tan abajeño y subyúgate es la postura del llamado “todopoderoso del Francisco I. Madero”, que busca por todos los medio manipular conciencias y someter voluntades. De los socios y de la autoridad.

Al fin de cuentas, ¿para eso es el dinero, no?

Así piensa este tipo de gente, mke.

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