Manuel Fernando López
El viento barre las hojas de los árboles, hojas que antaño penetraban por los resquicios de aquellas paredes de adobe, de aquellas paredes que nos abrigaban de la espantosa canícula y, que mitigaba el placer de la cerveza, amén de jugar dominó.
Hoy, al pasar por fuera de aquella cantina, donde tantos reporteros, amantes eternos de la bohemia, coincidimos para desgranar recuerdos; reírnos , llorar y, vivir la farsa de este mundo; duele el inevitable recuerdo de aquellos días.
“Aquella cantina…” es un eufemismo, únicamente la imagen en una piedra de la virgen, es la firma de que dicho lugar fue un templo de adoración al dios Baco; paré enfrente y, guardadas proporciones, me sentí como Jack Nicholson en la película “El Resplandor”, atrapado en el delirium tremens del alcoholismo.
¿Qué fue del “Monchi”?
Dicen que murió, otros, que sigue soñando con volver a su imperio atrás de la “barra”; una barra donde Villa de Seris, aprendió a quererlo –u odiarlo en el caso de las mujeres—y, donde tantas historias escuchó.
Infinidad de personajes desfilaron bajo aquel techo y, entre aquellas gruesas paredes de adobe, resguardándonos del inmenso calor; aunado a dicha defensa, no faltó un desvencijado cooler, al que balde en mano, echábamos una y otra vez agua.
“¡Agua mi niño…!” era el grito dirigido a nuestro amigo, quien presto y dispuesto acudía a servir el ambarino líquido, mientras sobre las mesas, el infaltable dominó con su pasión, parecía incrementar la sed delos jugadores.
Fue por muchos años “nuestra” cantina, la del amado barrio, donde tarde con tarde, con el dulce aroma de las “coyotas”, la tertulia, el ritual de años entre amigos, volvía a efectuarse; luego cada cual a su hogar, que el día siguiente, traería consigo sus propios afanes.
Para mi memoria, “el Monchi”, sigue vivo; basta con recorrer el pasillo que divide el restaurante “Xochimilco”, de donde vaga su alma: “El Casino del Pueblo”; ojalá en las intenciones de convertir a Villa de Seris en pueblo mágico, otorguen su nombre a dicho espacio.
Vivan los recuerdos; viva “El Monchi” Huerta y, sobre todo aquel aroma de la nostalgia, ide un ayer que ya se fue; más no de la memoria.