Escuchando a Javier Solís

Por Redacción Nov 3, 2022

Hermosillo, Sonora a 3 de noviembre del 2022

Por Ing. Fernando Moreno

  Ser un lector que escribe, corregir los gazapos de ortografía y gramaticales no me presume como escritor, tampoco el cruce de datos duros que me hacen sonrojar cuando los reviso. El oficio de escribir demanda humildad y disposición al aprendizaje cotidiano. Amar las letras generadoras de pensamientos.

   Mis letras son espontáneas, mis ideas atrevidas, puedo enfocar un tema y lanzarme al fondo, atacando por donde menos se piensa y cuidando la armonía de un relato. No calibro dimensiones, es tener un plano abierto donde puedo recrear el universo.

   El periodismo es eso, desde mi concepción. Explayar las ideas libres y exponer, a través de las letras, los eventos que competen la vida; no solo la vida pública sino la vida diaria de todos: personas, animales, recursos naturales y entornos sociales.

   En este ejercicio de egocentrismo, recuerdo a mis muertos. Un padre que me inculcó en las letras, una madre que me dio el amor sincero y humilde. Una tía que me crió y me exigió salir adelante. Una hermana a la que nunca le escuche decir mi nombre, pero recuerdo sus ojos, sus manitas lindas, su fragilidad hermosa. Amigos que me acompañaron en el camino. Dos suegros, casualmente, de la mujer que amé y de la mujer que amo. Un perro llamado Pirata, que me ayudará a cruzar el puente donde falte escalón, me decía mi madre, ese perro que me acompaño en mis tristezas y mis anhelos infantiles, en mis juegos y alegrías, el que siempre esperaba mi llegada del colegio con su alegría de ojos azules y manchas negras en su pelo.

   En el recuento, en mi corazón, son más mis muertos que mis vivos. No estoy triste, los tengo en la memoria como un ritual de vida, como un recuerdo constante de que vale la pena vivir y salir adelante, ser feliz y atenuar el firmamento con pensamientos positivos.

   La vida es dura, es verdad. Pero vale la pena disfrutarla. Porque en unos años seremos el recuerdo atesorado de otros, que derramarán lagrimas ante el instante de recrear un evento o una metáfora con nuestra imagen en su mente. Seguirá la existencia humana y dentro de cuatro generaciones no seremos recordados.

   Estas letras se extinguirán, nadie las verá y seremos olvidados por los años venideros, como hemos olvidado a las nuestras.

Entonces, recrear el olvido, la muerte, la desolación, es un ejercicio de vida; reflexionar en nosotros mismos y nuestro entorno vale la pena para ubicarnos en la existencia terrenal, en la cosmogonía personal. Y eso se hace escuchando a Javier Solís y, si se puede, tomando un trago de tequila.

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