Manuel Fernando  López

Cierto, más de algunos hemos estado de acuerdo que deben usarse los puentes peatonales en aras de proteger a los ciudadanos en su transitar por ciertas vialidades de esta ciudad; en especial aquellas consideradas críticas por la gran afluencia de vehículos y,  así debería ser en la realidad.

Pero –siempre hay uno—y, hoy, vamos a divertirnos con lo ocurrido hace días con este reportero  que desde hace años recorre a pie –tuve carro y opté por decirle adiós ante lo caro de la gasolina y, en segundo por la eterna amenaza de los policías siempre “cuidando” no haya  ilegalidades en la conducción—y, por la curiosidad del oficio me atreví a cruzar el puente  que une a la universidad de Sonora con el hospital general del estado.

Antes, un paréntesis para que se escuche una carcajada enorme por el comentario anterior de los policías : la mayoría , por desgracia, son más temidos que los mismos malandros ; conste, dije que la mayoría, no todos.

En fin: va la aventura vivida en dicho puente: creo, que la convocatoria para hacerlo –en tiempos de Eduardo Bours—fue dirigida a constructores locos y, ¡claro! , ambiciosos para seguirse enriqueciendo del generoso erario el gobierno en turno.

Entré a la Unison, mi primera visita fue al hermoso edificio que alberga las instalaciones de “altos estudios”; un edificio que desgraciadamente las autoridades universitarias no continuaron con su proyecto arquitectónico en el resto del campus.

Ahí, permanecí casi una hora leyendo y recordando aquellos años increíbles  de los “setentas” ; luego busqué la salida hacia el bulevar transversal –Luis Encinas —  y, armado de valor me atreví a cruzar el citado puente.

Allá voy, triste es el laberinto del fauno: por fortuna, aún con mis sesenta y “¡quíhubole”! de años, pude cruzar tal locura arquitectónica : ¡ay¡ de quien padezca alta presión , porque ahí puede morir de un infarto debido a la estupidez de dicha obra.

Amén del peligro de ser asaltado o contaminarse por tanta suciedad; este servidor no es ingeniero y menos arquitecto, pero el sentido común indica que este puente no requería de tantos recovecos; es un insulto al principio “la distancia más corta entre dos puntos es la recta”.

Claro, había que incrementar los costos y, en consecuencia en contra de los siempre indefensos ciudadanos; ahora entiendo y comprendo por qué la gente prefiere arriesgar su vida olvidando el puente.

Prefieren morir atropellados o “machucados” en términos sonorenses, que morir de un infarto en la brutalidad y estupidez de dicho puente.  

Y en Nogales construyeron otro igual que ni lo usan cuando pasa el tren…

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