«…descendió a los infiernos y, al tercer día resuscitó de entre los muertos

Manuel Fernando López

Sin desperdicio el texto del credo que aprendimos a leer y a recitar fuera al lado de nuestra madre, fuera en nuestras inolvidables lecciones de catecismo, cuando nuestra alma infantil, lejos, muy lejos estaba de siquiera preever lo que hoy en día estamos viviendo.

Ayer, Sábado de Gloria, hace más de dos mil años, el Alfa y Omega, firmaba con su muerte la eternidad y de paso vencía a la Muerte: más aún, bajó a los infiernos –ojo, en plural—para arrebatarle almas y, emprender el vuelo con su padre.

Hoy, la humanidad en pleno, se halla inmersa en el infierno terrenal, merced a un virus letal, causante de más muertes provocadas por varios conflictos bélicos y, aun así, galopa la soberbia en la mayoría del género humano.

Sic transit gloria mundi –vana es la gloria del mundo—recitaban en la antigüedad al recién ungido Papa, mientras le arrojaban una estopa ardiendo, recordándole que con todo y enorme poder adquirido ante el mundo, al final todo pasaría y, solamente sus obras quedarían, sea para beneplácito de Dios o ¡Ay de él! Para regocijo del Enemigo.

Es momento de doblar la cerviz, de implorar, hoy, precisamente en Domingo de Resurrección, perdón tanto por los pecados de acción como los de omisión –quizás los peores—porque por fuera de nuestras casas está pasando rugiente “El Angel de la muerte”, la furia del Señor como reza en el libro Exodo, cuando éste envió contra el Faraón, las famosas plagas para liberar a Israel y, hasta cuando muere el primogénito del egipcio, este permite la salida de los dirigidos por Moisés.


Luego el milagro del Mar Rojo, plasmado soberbiamente en la película Los Diez Mandamientos protagonizada por Charlton Heston como Moisés; hoy como nunca necesitamos más que de milagros –tenemos el principal: la vida—de fe y ésta no se encuentra a la vuelta de la esquina.


Hoy y desde ahora, las campanas están sonando por todos y cada uno de nosotros; cada que muere alguien, morimos nosotros también; pongamos nuestra esperanza en Dios y, recordemos que ésta es la segunda alma de los miserables.

Dirán y, con justa razón el porqué de este texto, proveniente de un reportero con tanto kilometraje recorrido y, la respuesta es muy simple : “Creo en Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra…”.

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