La Revolución Digital y Cambridge Analytica (1/2)

Por Redacción Abr 3, 2018

Dr. Carlos Germán Palafox Moyers
Docente-Investigador del Departamento de Economía de la Universidad de Sonora y Consejero del Observatorio Ciudadano de Convivencia y Seguridad del Estado de Sonora (OCCSES).


En la actualidad el mundo está presenciando una ruptura brusca e importante en la dimensión tecnológica ya que innovaciones como el análisis de big data, inteligencia artificial (IA), robótica, Internet de valor, blockchain, impresión 3D y realidad virtual, están cambiando el funcionamiento de las sociedades y de las economías. Individualmente, cada una de estas tecnologías tiene el potencial de transformar productos establecidos, servicios y redes de soporte. En conjunto, revertirán los viejos modelos e instituciones comerciales, anunciando una nueva era de historia económica, social y política. ¿Cómo responderemos? Esta es una buena interrogante.

La historia nos ha enseñado que las grandes transformaciones económicas generalmente producen cambios de gran calado. Durante la primera Revolución Industrial, en los siglos XVIII y XIX, los nuevos procesos de industrialización lograron realizar grandes mejoras en el bienestar de la sociedad a nivel mundial. A medida que aumentó la productividad, aumentaron consigo los salarios y no solo el nivel, sino además la calidad vida. Pero, al inicio del proceso, la mecanización trajo consecuencias y efectos negativos como el alto nivel de desempleo, la utilización del trabajo infantil, la contaminación y degradación ambiental, entre otros impactos negativos.

El impacto social y político de la revolución digital podría ser aún más impactante. Las guerras comerciales y las revoluciones pueden estallar, y los valores como los derechos humanos y las libertades civiles se podrían debilitar. A medida que la revolución digital avance nos estaremos enfrentando, a un gran dilema, por ejemplo; a que las elecciones políticas de cualquier país, sean menos probables que sean elecciones libres y que estén predeterminadas por otros. Esto no se daría si construimos ecosistemas de información abiertos y participativos.

Afortunadamente, la pérdida de la autonomía individual es evitable. Es posible diseñar un futuro digital más responsable. Pero debemos comenzar a hacerlo de inmediato. El éxito requiere varios elementos como el discurso público, la ilustración digital y la emancipación, y una mayor conciencia de los riesgos de la tecnología. En otras palabras, la transición a la que nos enfrentamos es más grande de lo que cualquier país u organización puede manejar solo. Todos tenemos algo en juego: nuestro futuro.
Por otra parte, nos hemos quedados corto en lo que se denominó la era de una nueva sociedad digital. Las llamadas ciudades inteligentes, en las que la vida urbana estaría automatizada, hasta ahora no han estado a la altura de las expectativas. Eso se debe a que las ciudades no son simplemente gigantescas cadenas de suministro; también son espacios de experimentación, creatividad, innovación, aprendizaje e interacción.

Además la denominada «economía de plataforma» y su dependencia de Internet, computación y datos han dado lugar a algunas de las empresas más valiosas del mundo, pero también han convertido a muchos ciudadanos en consumidores pasivos. La ironía de la hiperconectividad es que las personas tienen menos comprensión, no solo sobre los productos que compran, sino también con la información que consumen. Estamos en una economía de atención especialmente si son noticias falsas.

Por ello, para llegar a una revolución digital se necesita un enfoque más ético de la tecnología, que integre normas y valores institucionales, culturales y morales en sistemas artificiales y autónomos. Se necesita, además un enfoque de diseño éticamente alineado en todos los aspectos del desarrollo tecnológico, desde los dispositivos inteligentes hasta el software que respalda a los gobiernos y mercados.

Por ejemplo, para que la democracia siga siendo un modelo político viable, los sistemas de información que usan los gobiernos democráticos deben diseñarse para apoyar los derechos humanos, la dignidad, la autodeterminación, el pluralismo, la división de responsabilidades, la transparencia, la equidad y la justicia.

Para lograr este futuro digital democrático, la sociedad necesita cambiar su forma de pensar sobre la tecnología. Se necesita construir ecosistemas de información abiertos y participativos que empoderen a cualquier persona en la economía global para contribuir con ideas, talento y recursos. En un mundo en red, donde todo lo que hacemos afecta a los demás, debemos aprender a pensar más allá de nosotros mismos y buscar la cooperación y la inteligencia colectiva. Si se actúa en consecuencia la cuarta revolución industrial podrá ser más incluyente que la primera y es la línea por la cual se debe de ir construyendo.

En la actualidad se tiene la capacidad de diseñar tecnología que nos sean útil, en lugar de esclavizarnos. Pero construir ese futuro exige una nueva visión digital, en el que los valores sociales, culturales, ambientales y éticos se vuelvan parte del proceso de diseño. Las innovaciones y las revoluciones son a menudo molestas y generan fuertes cambios, sin embargo en la era digital, también pueden ser responsable. Sin embargo esta visión es una parte de la ecuación, la otra es que se puede hacer un negocio muy lucrativo en vender privacidad a quien pueda pagar por ella.

Cambridge Analytica

La reciente revelación de que una aplicación recolectó más de 50 millones de perfiles de Facebook y se los entregó a la consultora política Cambridge Analytica provocó una oleada de rechazo a la empresa. Pero es sólo el último ejemplo de los riesgos asociados con Internet, núcleo de la moderna revolución digital.

La mayoría de las innovaciones digitales que redefinieron la economía mundial en los últimos 25 años dependen de la conectividad de redes, que transformó el comercio, la comunicación, la educación/capacitación, las cadenas de suministro, etcétera. La conectividad también permite el acceso a inmensas cantidades de información, incluida la que sirve de base a los algoritmos de aprendizaje automático, elemento esencial de la inteligencia artificial moderna.

Se creyó por mucho tiempo que una Internet abierta (con protocolos estandarizados pero pocas regulaciones) sería el mejor aliado de los intereses de los usuarios, las comunidades, los países y la economía global. Pero han surgido riesgos importantes, entre ellos: el poder monopólico de mega plataformas como Facebook y Google; la vulnerabilidad a ataques contra infraestructuras críticas, incluidos los sistemas financieros y los procesos electorales; y amenazas a la privacidad y la seguridad de los datos y de la propiedad intelectual. También subsisten dudas fundamentales sobre el impacto de Internet en la cohesión social, la conciencia y participación de la ciudadanía y el desarrollo de la infancia.

Conforme se profundiza la penetración de Internet y las tecnologías digitales en las economías y sociedades, la vulnerabilidad y el riesgo se vuelven cada vez mayores. Y hasta ahora, la respuesta predominante de Occidente (que las empresas que proveen los servicios y poseen los datos se autorregulen) no parece estar funcionando. No se puede esperar, por ejemplo, que las grandes plataformas eliminen contenidos cuestionables sin las directrices de autoridades reguladoras o tribunales. El ejemplo más claro es Cambridge Analytica y Facebook.

La empresa Cambridge Analytica fue creada en 2013 con el financiamiento del multimillonario estadounidense Robert Mercer, mecenas republicano y considerado uno de los principales pulmones económicos de la campaña de Trump.

Por aquel entonces, dos años antes de que el constructor neoyorquino se hubiera lanzado a la carrera presidencial, Mercer invirtió 15 millones con el objetivo de poseer una herramienta que permitiera conocer a los votantes e influir en sus decisiones. Al frente de la compañía estaba el británico Alexander Nix, que había dirigido en su país la consultora sobre mercadotecnia de los comportamientos Strategic Communication Laboratories (SLC) y después había puesto sus ojos en el lucrativo mercado de las campañas políticas estadounidenses. De Llano. Marzo 2018. El País

Nix llegó a Mercer a través de Stephen Bannon, a la postre asesor jefe de la campaña de Trump y que también se integró como miembro e inversor de la nueva compañía que creó Nix en Estados Unidos. Durante la campaña de 2016, Cambridge Analytica trabajó para dos candidatos republicanos, primero Ted Cruz y después Trump. También dio servició en 2016 a la campaña promotora del Brexit. De Llano. Marzo 2018. El País

En la siguiente entrega se continuará analizando a la empresa Cambridge Analytica y su posible presencia en México

 

 

 

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